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Abril 18, 2010
Abril 2010, No. 253

Mis sexenios (25)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

La recta final del gobierno delasfuentista
En la última etapa de su gobierno, José de las Fuentes ya no tuvo mayores preocupaciones. Estaba claro que su sucesor sería Eliseo Mendoza Berrueto, porque así lo había decido con anticipación el Presidente Miguel de la Madrid Hurtado. El único compromiso del gobernador sería apoyar la campaña y entregarle la gubernatura al que el dedo presidencial había elegido. Quizás por ello, “El Diablo” y sus cercanos convirtieron los últimos dos años del sexenio en el tradicional “Año de Hidalgo”, por aquello de que “chingue a su madre el que deje algo”.

Con Eliseo Mendoza como líder de la Cámara de Diputados y virtual precandidato al gobierno de Coahuila, los florestapistas y antiflorestapistas se disponían a enrolarse en el futuro gobierno mendocista, y comenzaron a ser nombrados por los futurólogos de la prensa. Así fue como Arturo Berrueto, Roberto Orozco Melo y Humberto Gaona Silva entre otros, se mencionaban para diversos cargos públicos.

Mientras esto sucedía me correspondió ser testigo de una desavenencia en el grupo florestapista que llegó hasta la demanda penal. Por aquellos días, Luis Horacio Salinas nos pidió a Adolfo Olmedo y a mi que acompañáramos al abogado Jesús Elizondo para que vieramos en qué situación se encontraba la maquinaria que se encontraba en el interior del edificio que había ocupado el extinto periódico “El Coahuilense”, diario que había financiado el gobierno de Flores Tapia y que poco le sirvió para defenderlo cuando fue acusado de enriquecimiento inexplicable.

Para no ir a ciegas le pregunté a Luis Horacio sobre su interés en esa propiedad, y con evasivas me dijo que se la ofrecían en venta, por eso quería saber si valía lo que le pedían. Pero no dijo más, después supe que el supuesto vendedor era un tal doctor González Carielo, el mismo que había servido de “coyote”, en asociación con el dirigente cetemista Gaspar Valdés, para despojar a los obreros de Cinsa-Cifunsa de su local sindical, luego de su histórica huelga. Alguien más le confió a Adolfo Olmedo que era Óscar Flores Tapia quien estaba ofreciendo el edificio de “El Coahuilense” a través del “coyote” González Carielo, pero independientemente de quién era el vendedor real, al parecer el negocio se había pactado en 13 millones de pesos.

Sin más preguntas fuimos al edificio de “El Coahuilense que estaba ubicado en la calle de Juárez casi frente a la plaza San Francisco. El licenciado Elizondo se dedicó a buscar algo de valor que se les hubiera olvidado a los saqueadores. Sólo encontró un par de tomos de una enciclopedia, que se veían maltratados por el paso del tiempo y la falta de uso. Adolfo Olmedo se encaminó a revisar la maquinaria que estaba instalada en el lugar: una rotativa y una cámara fotográfica horizontal de aquellas que ocupaban un gran espacio en los edificios periodísticos. Para sorpresa de Olmedo, de la dichosa maquinaria sólo quedaba el armazón de lo que alguna vez había sido una rotativa y una cámara fotográfica. Estaban sin motores, sin lentes, sin bandas y sin nada que las hiciera útiles. Lo único que servía eran unos linotipos que estaban arrumbados.

Por mi parte me puse a revisar un par de archiveros metálicos que habían dejado y que contenían documentos que los saqueadores consideraron sin valor, como unas cartas de amor que un homosexual le dirigía a otro de los mismos, oficios del gobierno del Estado firmados por Óscar Flores Tapia, que como gobernador le ordenaba a las instancias federales (FFCC, IMSS, ISSSTE, etc.) comprarle publicidad a “El Coahuilense”, algunas nóminas y recibos de viáticos. Estos documentos me enseñaron mucho sobre cómo se manejaba el periódico gubernamental.

Durante tres días estuvimos revisando lo que había quedado de “El Coahuilense”. El resultado fue determinante: Todo lo que allí había era inservible, no se podía usar para hacer el periódico que Luis Horacio tenía en mente. En uno de esos días, llegaron hasta el edificio unas personas con un camión de carga que se presentaron como emisarios de Flores Tapia. Según ellos habían recibido órdenes de OFT para llevarse uno de los seis (¿O cinco?) linotipos que había en el local del periódico, pero alguien se negó a entregarlo, arguyendo que tenía instrucciones de no dejar sacar ninguna cosa del local.

Ese día yo estaba platicando con Flores Tapia en su granja, ubicada en la carretera 57 entre Saltillo y Arteaga. Allí Flores Tapia recibió la noticia de la negativa a entregarle el linotipo. Cuando escuchaba la información, el exgobernador cambió su semblante, la furia se reflejó en su rostro y se terminó la charla. Nada me dijo, tampoco le pregunté, y nos despedimos.

Al día siguiente supe que le había hablado a su compadre Morales, el padre de Miguel Ángel Morales quien fuera Tesorero en el gobierno florestapista, y le había pedido que demandara al abusivo “ladrón de Luis Horacio Salinas”. Cuando Flores Tapia se encolerizaba con alguien, decía lo que verdaderamente pensaba del sujeto que lo había enfurecido. De esta forma conocí la vida y milagros de algunos de sus ex colaboradores, como Humberto Acosta Orozco, Javier Villarreal Lozano, y otros más.

Aquella vez conocí muchas de las cosas que Flores Tapia se guardaba para él sobre Luis Horacio Salinas. Fue esa ocasión cuando me dijo, que a pesar de que Luis Horacio había buscado sucederlo en el gobierno del estado, a través de Augusto Gómez Villanueva, él se había opuesto porque “nunca se pudo quitar el mote de la ‘Rata del Desierto’. Por eso preferí a José de las Fuentes Rodríguez”. Sin darme mayores datos concluyó: “Luis Horacio no es una persona confiable, no tiene moral, códigos ni principios, seguramente ya te diste cuenta”, me dijo creyendo que yo estaba informado del conflicto que entre ellos había generado el dichoso linotipo, que el ex gobernador quería para su imprenta, y después supe que se lo había regalado su compadre Morales, quien se suponía dueño de lo que había quedado de “El Coahuilense”.

En lo personal a mi no me interesaba el asunto, a pesar de que Luis Horacio me había invitado como socio con un 7 por ciento de la sociedad que editaría el diario que pretendía crear LHSA. Otros socios invitados eran Carlos Robles Nava y el propio Adolfo Olmedo. Decidí mantenerme al margen del pleito. No deseaba involucrarme, pues como bien decía Olmedo para señalar su desapego por los negocios: “Yo no compro ni vendo”.

Pasaron los días, y en una ocasión Luis Horacio nos invitó a Olmedo y a mi a desayunar en su casa. Llegamos a la cita y nos encontramos con otros invitados: el licenciado Jesús Elizondo, el notario Alfonso García Salinas, el anfitrión y nosotros dos. Terminamos de desayunar y Luis Horacio fue directo al tema que le preocupaba: la demanda penal que Morales había interpuesto en su contra. Al parecer el demandado era su hijo Carlos Salinas, actual Director de “El Diario de Coahuila”. A Luis Horacio le preocupaba que quien había sugerido el pleito judicial era Flores Tapia, quien seguramente no había querido platicar con Luis Horacio, por eso recurría a nosotros.

Al principio no entendía por qué Luis Horacio nos estaba comentando su viacrucis, hasta que se dirigió a mi para decirme que lo ayudara a resolver el problema, buscando con la vista la solidaridad de Olmedo, por la influencia fraterna que siempre tuvo conmigo, pero Olmedo, que obviamente sabía más que yo del caso, estaba en una situación de meditación practicando su código: Yo ni compro ni vendo.

-No sé cómo puedo ayudarlo ingeniero, le dije confesando mi ignorancia. “A usted lo aprecia Flores Tapia, ayudeme a evitar este conflicto. Sólo le pido que hable con él, y acepté lo que le pida, tiene mi autorización”. No me negué, pero me resistía a involucrarme. -Déjeme ver qué se me ocurre. Nos despedimos con la promesa de que le respondería al día siguiente.

Cuando salimos le pregunté a Olmedo su opinión al respecto, y sin darle mucho interés al asunto me dijo: “Usted sabe lo que hace, y si quiere y puede ayudar a Luis Horacio hágalo, pero no se inmiscuya mucho en el asunto, esto es cuestión de negocios que no nos compete a nosotros”.

Ese mismo día platiqué con Flores Tapia y le comenté lo que Luis Horacio me había pedido. OFT escuchó con atención mi confidencia, y seguramente se percató de mi desinterés. “Yo no tengo nada que ver”, me contestó con su vozarrón. “Dile a Luis Horacio que hable con Morales, él es quien lo demandó porque es el propietario de lo que quiere adueñarse Luis Horacio, que bien sabe que perderá la demanda”. Pero se interesó: “¿Qué más te dijo?”. Mi respuesta fue clara: -Que yo aceptara en su nombre lo que usted propusiera, pero a mi deme por muerto, sólo quise comentarle el asunto, porque él me autorizó para decirselo.

“Yo no tengo nada qué ver”, me repitió, “¿Pero qué piensas tú?”. Confieso que yo no sabía más, pero le compartí mi apreciación política del problema. Le dije que ese pleito, lo ganara quien lo ganara, tendría repercusiones políticas. -Bien o mal a Luis Horacio Salinas todo mundo lo ubica como florestapista, y a estas alturas un pleito entre ustedes sería fatal, pues le darían tema a sus adversarios para que revivan las cosas del pasado, y habrá quienes le echen más leña a la hoguera”.

Flores Tapia ya no ocultó su involucramiento, pues sabía que sólo él podía poner fin al problema. “Una buena forma de resolver la situación, es que Luis Horacio -como castigo- renuncie a que le regresen el dinero que invirtió en esa operación, ¿Cómo ves?”, me dijo viéndome a la cara. -No sé, eso sólo lo puede decidir Luis Horacio”, le respondí evasivamente. “Pues ahora te pido que se lo preguntes, ¿lo harás?”. -Lo intentaré, le respondí.

Me hice pendejo un par de días, pero Luis Horacio volvió a insistirme, se veía preocupado. Allí supe que Flores Tapia y su compadre Morales tenían el sartén por el mango, pero además lo sabían. Le comenté a Luis Horacio lo importante de mi charla con OFT: el “castigo” monetario.

“No hay problema, dígale que estoy de acuerdo, ya le había dicho que usted aceptara en mi nombre lo que él propusiera”, me contestó de inmediato. Le comuniqué a Flores Tapia la respuesta de Luis Horacio, y le pedí que hablara con él. -Yo no quiero ser intermediario, le dije, por eso le diré a Luis Horacio que lo llame para que se pongan de acuerdo. Usted sabrá si le contesta o no”, le dije con determinación, y Flores Tapia guardó silencio.

A la fecha no tengo duda que hablaron y se pusieron de acuerdo. Nunca supe ni me interesó saberlo, cuáles habían sido los pormenores de la negociación. Lo cierto es que Flores Tapia y Luis Horacio Salinas restablecieron su amistad, la demanda nunca salió a la luz pública, y no hubo escándalo ni encarcelados.

En la última etapa del sexenio delasfuentista, viví otra anécdota semejante que ilustró mi conocimiento sobre la clase política aldeana que tiene Coahuila. Resulta que un día me habló Flores Tapia para invitarme a desayunar a su casa. ¿Vienes?, me preguntó en tono serio que denotaba que algo lo había hecho enojar. Fuí para saber qué sucedía. Me estaba esperando en su biblioteca. Antes de saludarnos me puso sobre su escritorio un ejemplar del periódico Vanguardia. “¿Ya lo viste?”, me preguntó. -No, no lo he leido, ¿Qué dice? “Entonces no has visto que el maricón de Javier Villarreal está escribiendo en ese periódico que tanto nos atacó”.

Me reí y le dije: Me extraña que eso lo incomode, pues bien conoce “la condición humana” de quienes colaboraron con usted. Y respondió a su manera: “A este cabrón le dí todo: casa, cargos, premios, prestigio, dinero y le toleré sus deslealtades, pero estas son chingaderas”. Y recordó en voz alta lo que se había guardado y ahora me lo compartía. Según Flores Tapia: “Javier era Director de ‘El Coahuilense’ cuando Armando Castilla me atacaba a cambio del dinero que le daba López Portillo. Y al ver que el periódico que había financiado mi gobierno no me defendía, lo llamé para que me explicara su cobardía. Como respuesta, el nalgas polveada ese me presentó su renuncia, con el pretexto de que él no era bueno para los pleitos políticos. Pero ahora escribe para el gangster de Armando Castilla”.

Ese fue el inicio de la catarsis florestapista. Me dijo hasta de qué se iba a morir Javier Villarreal en un tono furioso. Lo deje hablar sin interrumpirlo, sabía que ese era el mejor método para calmar a Flores Tapia. Al final me pregunté: ¿Por qué si Flores Tapia conocía tan bien a todos sus colaboradores, se empecinó en mantenerlos en sus cargos y cerca del poder? La respuesta ya la sabía: Flores Tapia tenía un lado débil, como todos los gobernadores que he conocido, le gustaban mucho los halagos que le hacían los cortesanos, aun cuando las lisonjas eran increíblemente mentirosas.

En cierta ocasión, a pregunta mía, me dijo que a Antonio Barajas lo había convertido en vicegobernador de la Laguna, debido a que cuando era Senador y Barajas un joven inquieto, le había ido a decir que él llegaría a ser el mejor gobernador de Coahuila a mitad del sexenio de Eulalio Gutiérrez. “Y no se equivocó”. Le recordé que lo le había dicho Barajas todo mundo lo sabía, porque siendo senador se había autodestapado en Tamaulipas cuando una periodista le preguntó si pensaba buscar la gubernatura de Coahuila, Flores Tapia contestó: no la voy a buscar, yo seré el próximo gobernador de mi estado.

Javier Villarreal y muchos más sabían que Flores Tapia era vulnerable a los halagos, y entre más jalados de los pelos eran, mejor funcionaban. Como aquello que alguien le dijo: Usted es el mejor gobernante que ha tenido Coahuila desde Urdiñola. Seguramente habrá quien se resista a creer esto, pero es verdad. Lo peor es sigue siendo cierto, basta ver las actitudes de los cortesanos con los gobernantes en turno.

Por aquel entonces, yo tenía una relación de camarería con Javier Villarreal Lozano, por eso días después de la catarsis de OFT, Javier me buscó para preguntarme qué había dicho Flores Tapia sobre su aparición como editorialista de Vanguardia. -Mejor no te digo, le respondí, sólo debes saber que está furioso, tú lo conocen bien y ya te imaginarás lo que dijo de tí.

Javier ya sabía de los exabruptos de OFT, pero quería mi intervención “para tomarme un café con Flores Tapia”. Reí de buena gana, después de haber oido a Flores Tapia, esa encomienda me parecía suicida, y me negué. Pero insistió: “Sólo quiero explicarle mis motivos, hazme ese favor”.

Cuando me relacioné con Flores Tapia, año y medio después de su renuncia al gobierno de Coahuila, él se mantenía enclaustrado en su casa. Pero con el tiempo, lo convencí de ir a desayunar al restaurante del Motel Estrella. Recuerdo que uno de esos días, me pidió que lo acompañara a la Soriana de Coss. No sé que iba a comprar, pero cuando entramos a la tienda los clientes y empleados comenzaron a aplaudir, y recorrió todos los departamentos mientras recibía los aplausos de la gente. Cuando por fin salimos de la tienda, me dio un manotazo en el hombro y me dijo con gran satisfacción: “Viste, me quieren, por eso me aplauden”, y espero a que yo convalidara su superficial apreciación. Y para que no se volviera a subir al ladrillo hice una “pregunta mayéutica”: -En dónde estaban estos aplaudidores cuando a usted lo querían encarcelar. Subió al vehículo sin contestar, y nunca más me volvió a presumir su popularidad.

Quizás por estas osadas actuaciones, Javier Villarreal me pidió que intercediera a su favor con Flores Tapia. Y esperé el momento propicio para comentarle al ex gobernador la petición de Javier. Obviamente se negó: “Yo no hablo con traidores”, me dijo enérgicamente. “No sé porque te prestas para ello”, me reclamó. “No quiero verlo, porque le diría todo lo que es”. Por mi parte le dije: Si algo tiene que decirle, dígaselo en persona. Usted es el líder, actúe como tal.

Y funcionó. Al día siguiente pasé por Flores Tapia y nos encaminamos hacia el restaurante donde había citado a Javier Villarreal. Yo no sabía que sucedería, pero le advertí a Javier sobre la postura de Flores Tapia. Cuando llegamos Javier ya se encontraba en una mesa, y antes de cualquier otra cosa, Villarreal Lozano se levantó con una actitud dócil y una sonrisa servil, y de sopetón comenzó ha hablar de algún libro que el exgobernador había escrito. Sin parar prosiguió el vómito de halagos mientras Flores Tapia se inflaba. Al final se involuró en la plática que su cortesano había iniciado.

No recuerdo cuánto tiempo estuvieron charlando, yo me mantuve callado reflexionando sobre la “condición humana”. Los reclamos nunca salieron a relucir, al contrario, la zalamería había conseguido limar las asperezas. Allí comprobé, lo que alguna vez me dijo Flores Tapia cuando le pregunté: ¿Qué tiene la silla gubernamental que todo el que se sienta en ella se vuelve loco? Con su vozarrón me contestó: “Cuando uno es gobernador ¿sabes cuántos te dicen al día que eres un semidiós? Todos los que tienen acceso al poder, y termina uno por creerse lo que le dicen”...

(Continuará).
Más del final del sexenio delasfuentista..
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